miércoles, 7 de marzo de 2012

Werner Bab - “La guerra no es buena para nadie”


Adolfo Hitler creó un imperio de terror disfrazado de social nacionalismo. Bajo la máscara de la superioridad de la raza aria, justificó sus actos aniquilando a judíos, homosexuales, extranjeros y practicantes de religiones que no pertenecían a la Iglesia Protestante.
Werner es uno de los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial. Estuvo detenido en un campo de concentración por portar, según la perspectiva nazi, un estigma que lo hacía merecedor de toda exclusión social y poco digno de respeto: ser judío.
Hoy se dedica a dar charlas en centros estudiantiles e instituciones que apoyan los derechos humanos e incluso grabó un documental que es exhibido durante sus presentaciones públicas, ya que sus vivencias sirven de ejemplo a las nuevas generaciones que, cuando escuchan sus historias, concluyen que la guerra no brinda beneficios a nadie, sino pena, dolor y pérdidas de vidas inocentes.
Un testimonio desgarrador que hace recordar el verdadero valor de la vida y la importancia de los movimientos que defienden la igualdad social, de credo y raza en el mundo entero. Una historia que toca fibras, capaz de sensibilizar a quienes, seguramente, entenderán el carácter fundamental de la tolerancia, ese principio humano que nos permite vivir en armonía y que, hoy día, suele desaparecer intempestivamente de algunos sistemas.

- ¿Cómo comenzó todo?
- Yo estudiaba en el internado de Stettin, Alemania, y éramos unos 30 chicos. Todos provenientes de escuelas judías, que no podíamos ir a centros de estudios públicos, debido a que éramos muy perseguidos por los nazis. Entonces vino la llamada “Noche de los cristales rotos”, en la que quemaron la sinagoga del pueblo y además detuvieron a todos nuestros profesores. Como mi padre vivía en Berlín, decidí retornar allí y entonces estalló la guerra y los nazis me obligaron a laborar en una empresa de resina, pero los militares se fueron llevando a mucha gente de ese trabajo; hasta que un día un amigo me aconsejó que saliera del país de inmediato porque la situación se estaba tornando cada vez más peligrosa para los judíos. Así que intenté salir desde Alemania para Suiza, pero me arrestaron en la frontera y tuve que permanecer preso en varias cárceles hasta que recibí una orden de arresto preventivo, expedida por la administración central de la seguridad del Reich y finalmente me internaron en el campo de concentración de Auschwitz.

- ¿Qué detallaba esta orden que le expendió el gobierno del Tercer Reich?
- Decía: “...el judío Werner Israel Bab ha infringido las leyes anti judías y ha intentado cruzar ilegalmente la frontera del Reich alemán...”.

- Al momento de su detención, ¿estaba consciente de que sería internado en un campo de concentración?
- No, porque nadie sabía de la existencia de Auschwitz y todos los que fueron detenidos pensaban que venían a trabajar porque los nazis les habían engañado diciéndole que los llevarían a un lugar mejor y con comodidades, y por eso traían sus joyas y pertenencias consigo. Ninguno se imaginaba que iba a ser detenido en una cárcel y, naturalmente, al arribar a Auschwitz les quitaron todo. Nadie esperaba llegar a un campo de exterminio.

- ¿Qué pasó apenas llegaron al lugar?
- Nos quitaron todo lo que teníamos encima. Nos dieron un uniforme a rayas y un número a cada uno, el cual enseguida fue tatuado en el brazo. Eran los mismos presos quienes lo hacían, pero la SS (Policía Nazi) estaba presente y vigilaba que tatuasen el número correcto del preso correspondiente. Después nos metieron en cuarentena y seguíamos sin saber dónde estábamos exactamente porque nadie nos daba explicación alguna y si lo preguntábamos, nos golpeaban. Permanecimos dos semanas encerrados y a través de los huecos de la pared de madera podíamos ver cómo fusilaban gente en el patio del búnker. Después nos destinaron a trabajar.

- ¿Qué tipo de trabajo le tocó realizar?
- Mi primer puesto de trabajo fue en el comando de construcción. Había que madrugar, nos daban algo parecido a un té y un trozo de pan que debía alcanzar para todo el día. Nos daban palas y teníamos que cargar ladrillos porque se estaba construyendo mucho.

- ¿Qué construían?
- Alojamientos para la SS (Policía Nazi). Éramos un equipo conformado por carpinteros, plomeros y más. Todos presos.

- ¿Eran vigilados mientras trabajaban?
- Todo el tiempo. Había dos grupos, el de vigilancia externa e interna, los cuales permanecían allí día y noche y nos observaban desde las torres. Creo recordar que eran 6 u 8 torres, desde las que se podía disparar a todo lo que se moviese. También había una cerca eléctrica que impedía el escape de alguno de nosotros.

- ¿Qué pasaba si alguien llegaba a escapar?
- Lo asesinaban allí mismo o lo mandaban a las cámaras de gas de Birkenau.

-¿Había algún grupo social que tuviese más beneficios que otros?
-Claro que sí. Los testigos de Jehová. En su mayoría laboraban como personal de servicio de los oficiales de la SS. Ellos tenían la facilidad de abandonar el campo de concentración en cualquier momento. Sólo debían firmar un documento que señalaba que estaban de acuerdo con la guerra, pero nadie lo hizo porque estaban muy sumidos en su fe.

- ¿Sospechaban ustedes de quienes serían elegidos para su pronta aniquilación?
- Bueno, estaba a la vista quien sería aniquilado porque todos los domingos nos sacaban de nuestros bloques al patio y éramos como 500 personas. Apartaban a los débiles y enfermos a un lado y a los sanos y fuertes a otro. Las SS anotaba a los presos seleccionados y cerca de la una de la tarde se los llevaban en un camión a Birkenau. Nadie sospechaba qué pasaba con ellos. Se oían rumores negativos al respecto, pero nadie podía asegurar si eran ciertos o no. Hoy es del conocimiento público que los llevaban a las cámaras de gas para exterminarlos.

- ¿Llegaron a comentar o decir algo estas personas que se llevaban a Birkenau?
- La gente allí ya había hecho cuentas con la vida y sólo se limitaban a decir “Gracias a Dios se acabó”. Nadie intentaba revelarse, todo sucedía con calma, resignación y cansancio.

- ¿Cuándo abandonó usted el campo de concentración?
- En enero de 1945. El Alto Mando dio la orden de evacuar el lugar y lo hicimos a pie. En el campo de concentración se quedaron los enfermos y los débiles. Ninguno sabía adónde iba y en el camino nos encontrábamos con cadáveres de personas que no aguantaron la caminata, debido al hambre y el agotamiento. En nuestro grupo se iban desmayando poco a poco y por más que los ayudábamos a levantarse, volvían a caer y tuvimos que dejarlos allí tirados. Nevaba, la carretera estaba helada y caminamos por horas. Una vez que llegamos a Pless, República Checa, nos introdujeron en los vagones de carbón de un tren y allí no había comida ni bebida. Todos desconocíamos el destino. Los vagones carecían de techo y cada vez que pasábamos por un puente, la gente nos tiraba pan u otros comestibles desde arriba. No pude comer nada de eso porque éramos demasiada gente y se peleaban por la comida. Nos descargaron en otro campo de concentración en Mauthausen, Austria. Nos obligaron a ducharnos con agua caliente y luego nos sacaron mojados al frío. Las personas mayores y los más débiles murieron de inmediato. Sólo los más jóvenes sobrevivimos. Después nos metieron en barracas muy estrechas. Si uno se levantaba de madrugada para ir al baño, al regreso ya conseguía su cama ocupada y le tocaba esperar a que amaneciera de pie.

- ¿Y cuándo supieron que terminó la guerra?
- El día que entraron dos tanques americanos al campo de concentración. Una vez libres, nos fuimos a pie hasta Viena y lo poco que nos quedó nos lo terminaron de arrancar los rusos.

- ¿Cómo llegó a radicarse en los Estados Unidos?
- Es largo de contar, pero se lo resumo. Después de trabajar en Austria y al sur de Alemania, mi madre -quien había podido escapar de la guerra y estaba radicada en California-, supo de mí a través de una revista judía que incluyó mi nombre como uno de los sobrevivientes. Entonces me mandó a buscar de inmediato.

- Después de lo vivido, ¿qué mensaje tiene para las nuevas generaciones?

- Que la guerra, la violencia, el abuso de poder y la maldad no son buenas para nada, ni para nadie.

José Luis Mata - joseluismatasanchez@gmail.com - @Mata_JoseLuis

Agosto 2009


De Auschwitz a la pantalla grande

Werner Bab nació el 2 de Octubre de 1924 en Oberhausen y vivió en Berlín a partir de 1929. Las leyes raciales proclamadas en Nürnberg en 1935 le hicieron imposible, como judío alemán, asistir a escuelas públicas. Esta circunstancia le obligó a ir a un internado para niños judíos en Stettin. Huyendo de los nazis se radica en la capital en casa de su padre. Es detenido en Berlín y después de estar en diferentes campos de concentración y convertirse en un sobreviviente, estuvo asentado -poco después de su liberación- en los Estados Unidos. Regresó a su tierra natal en la cual habita junto a su familia. Su vida fue llevada al celuloide de mano de Christian Ender, en un documental que nos ofrece una imagen de la Segunda Guerra Mundial y de las circunstancias de vida de los ciudadanos judíos, así como la rutina cotidiana en los campos de concentración, en particular, en el de Auschwitz.

JLM


Werner Bab 1924 - 2010

Agradecimientos
Queremos agradecer la colaboración de Christian Ender y Werner Bab para la realización de este reportaje. Ambos forman parte de una asociación que intenta crear conciencia en el tema de la guerra y han brindado charlas relacionadas con el tema por todo el mundo. Para mayor información, revise el sitio web: http://imdialog-ev.org/

FOTO CRÉDITO: Christian Ender



Número tatuado en el brazo de Bab: 136.857


Bab firmando autógrafos poco después de una charla en un colegio


Niños en un campo de concentración alemán


Entrada del campo de concentración de Auschwitz


Testimonios de sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial


Documental sobre el Holocausto, Parte 1


Segunda y última parte del documental


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